Saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Cuando anochecía, se acercaron a Él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer.
¿Por qué nuestro Señor mostraba compasión hacia los enfermos y necesitados? ¿Acaso no eran pecadores? ¿No acarreaban muchos de sus problemas, los cuales se debían a una vida de rebelión contra Dios? ¿No merecían condenación en lugar de compasión?
¡Precioso Salvador! Él vino a buscar y salvar lo que se había perdido. Se deleitaba en recibir a los pecadores y comer con ellos. Alcanzó a hombres, mujeres y niños en sus pecados y miserias, y los sacaba de esa condición cuando respondían a su maravillosa gracia. Jesús podía tocar y sanar a los leprosos sin contaminarse. No sanaba mecánicamente, sino que se preocupaba real y profundamente por ellos. Amablemente les enseño a sus discípulos a ser compasivos como Él. En el pasaje de hoy, el Señor estaba sanando a los enfermos mientras que los discípulos estaban buscando una forma de deshacerse de la multitud. Mientras que el Señor estaba dispuesto a multiplicar los cinco panes y dos peces para alimentar a cinco mil personas, los discípulos multiplicaban sus razones para despedirlos. ¡Y nosotros somos muy parecidos a ellos! El Señor les dijo: “No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer”. Y entonces procedió a utilizar a sus discípulos para alimentar a las multitudes con la comida que Él había provisto. ¿Aprendieron lo que les estaba enseñando acerca de la compasión? ¿Lo hemos hecho nosotros?
“Pero tú, oh Señor, [eres un] Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad” (Sal. 86:15).
G. W. Steidl