Aun los muchachos se fatigan y se cansan; los jóvenes tropiezan y caen. Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.
(Isaías 40:30-31 RVA-2015)
El Señor Jesús sabía bien dónde acudir por ayuda mientras avanzaba en el camino de la fe. Dios era su confianza, y la voluntad de Dios era su delicia, y no cesó de dirigirse a Él. Su propia fuerza pudo debilitarse en el camino (Sal. 102:23), pero sabía donde encontrar la fuente de fuerza continua, y siempre se dirigió allí.
El alma redimida también ha aprendido a ir a Dios, y a medida que profundiza en esto, y aprende qué significa realmente esperar en Dios, permaneciendo quieta y en silencio delante de Él, comprende cuál es el verdadero secreto y manantial de fuerza y resolución en el camino de la voluntad de Dios. Puede decir verdaderamente: “Dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder” (Sal. 62:11).
Estos son tiempos en que, definitivamente, necesitamos esperar en Él. Oramos; tenemos nuestras jornadas de oración. Y todo esto es necesario y correcto. Pero también necesitamos esperar en Dios; especialmente en momentos como los actuales, con todos sus ejercicios personales y colectivos. Ahora mismo necesitamos dedicar un tiempo especial para esperar en Dios.
Grandes y graves situaciones están por venir; y estar en regla con Dios en el presente, y también en cuanto al futuro, es esencial para que cada uno de nosotros se relacione con Él de una forma real. Nadie puede ocupar el lugar del otro en esto. Cada uno debe, por fe y con ejercicio espiritual, ir a Dios—al Dios eterno, al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo; nuestro Dios y Padre por gracia. ¡Qué bueno es saber que Él mismo busca acercarnos a Él!
H. J. Vine
Dejarte solo obrar en nuestra insuficiencia,
En peligro al estar,
Amparo en Ti nos das, en tu santa presencia;
Solo al dejarte obrar y en Ti siempre esperar.
H. L. Rossier