Ten misericordia de mí, oh Dios, porque me devoraría el hombre … En el día que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?
(Salmo 56:1, 3-4)
David tenía enemigos que parecían estar en todas partes y que lo perseguían maliciosamente. Probablemente a ti no te persigan, literalmente, hombres armados que quieren quitarte la vida, pero quizás estás rodeado de problemas que son igual de reales, aunque menos tangibles. Si eres un hijo de Dios, estos versículos son igual de ciertos hoy como lo fueron para David en aquellos días.
Cuando los problemas te apremian, tú también puedes confiar en Dios, porque sus ojos “están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Sal. 34:15). Si conocemos al Dios que creo el universo de la nada, ¿por qué habríamos de temer? “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro. 8:31). Dios demostró cuán profundamente se preocupa de nosotros al enviar a su Hijo a morir en la cruz para darnos libertad. En este acto costoso, vemos al Dios todopoderoso de nuestro lado; no temeremos a las artimañas malévolas de Satanás; no temeremos a las personas ni a las circunstancias que él utiliza para desanimarnos.
Tal vez, como David, tu alma clama adolorida y agotada a causa de ciertos acontecimientos en tu vida; tú también puedes decir: “Pon mis lágrimas en tu redoma” (Sal. 56:8), lo que indica que Él conoce y siente cada lágrima tuya. ¡Qué consuelo saber que el Señor tiene en cuenta cada lágrima y que las ha contado como “los cabellos de vuestra cabeza” (Lc. 12:7)!
Ahora bien, quizás nunca has creído en el Señor Jesucristo, en tal caso, Él te dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28). Ese descanso no es solo para protegerte en los momentos difíciles, sino que es el descanso que experimentamos cuando recibimos la salvación por medio de Él.
S. J. Faulkner