Le harás siete lamparillas…para que alumbren hacia adelante. También sus despabiladeras y sus platillos, de oro puro.
El candelero, ubicado en el lugar santo, estaba hecho completamente de oro, labrado de una pieza, y tenía una caña central y seis brazos para sostener sus siete lamparillas. El oro habla de la gloria de Dios revelada en la bendita persona del Señor Jesús, el supremo sustentador de toda luz. El “aceite para el alumbrado” mencionado en el versículo 6 es figura del poder del Espíritu de Dios. Las despabiladeras y platillos de oro también son mencionados, pero lo más interesante es que el objeto que los hacía necesarios no se menciona para nada (las mechas). Sin duda, esto es porque este capítulo hace énfasis en lo que es de oro—lo que es exclusivamente divino. De hecho, la luz misma no era simplemente para iluminar el santuario, sino principalmente para iluminar “hacia adelante” (v. 37). Cristo mismo el objeto a contemplar. Las mechas no hablan de lo que es divino, porque debían ser recortadas diariamente con las despabiladeras. Por lo tanto, las mechas representan a los creyentes, los cuales, por el poder del Espíritu de Dios, tienen el privilegio de alumbrar para el Señor Jesús y dar bello testimonio de la gloria de su Persona. ¡Qué honor tenemos! Sin embargo, para seguir alumbrando necesitamos ser «limpiados» regularmente con las despabiladeras. Esto implica que estemos en la presencia del Señor Jesús para que Él se ocupe de lo que ya se ha quemado, porque lo que no se ha limpiado solo causará humo y falta de brillo. Esperar en Él es lo único que renovará nuestras fuerzas para poder dar un testimonio fresco y brillante para nuestro Señor.
Los platillos nos hacen pensar en lo que todo hijo de Dios ha hecho en su Nombre. Pero es bueno que dejemos todo eso detrás, y nos concentremos en desplegar su gloria.
L. M. Grant