El odio provoca peleas.
(Proverbios 10:12 NTV)
Por el Espíritu de Dios, el mismo apóstol que nos dice que “Dios es amor” también nos advierte contra el odio hacia nuestros hermanos. En tres capítulos sucesivos de su primera epístola, Juan nos amonesta con palabras muy fuertes. El que odia a su hermano anda en tinieblas (1 Jn. 2:9-11) y es un homicida (3:11-15). Además, el que dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es llamado mentiroso (4:20-21). Estos pasajes incluso implican que aquel que odia a su hermano podría no ser un verdadero creyente, ya que “ningún homicida tiene vida eterna permaneciendo en él”; y “el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (3:15 RVA; 4:20).
Sin embargo, quien es odiado es llamado “hermano” y, por lo tanto, debemos detenernos y considerar si tomamos en cuenta estas advertencias. El odio es la actitud del mundo incrédulo para con el cristiano (3:13); por lo tanto, ¡qué terrible que verdaderos creyentes se unan al mundo para expresar odio contra sus hermanos!
Sin embargo, es probable que la mayoría de los cristianos digan que solamente sienten un desagrado enorme hacia el comportamiento o doctrina de otro cristiano, pero que eso no es odio. Sería bueno que consideráramos mejor el uso de la palabra “odio”, pues las Escrituras exponen nuestra hipocresía, explicándonos cómo luce el odio. En 2 Crónicas 18:7, leemos que Acab declaró su odio hacia Micaías, pues aquel varón de Dios siempre le profetizaba lo malo. En Génesis 37:4, leemos que los hermanos de José lo odiaban y que incluso no podían hablarle pacíficamente. Si me desagrada otro creyente, solo porque siento que siempre está en desacuerdo conmigo, o si choco tan fuertemente con ciertos hermanos y hermanas que no puedo saludarlos con amabilidad; entonces estoy en el mismo grupo que Acab y los hermanos de José. ¡No lo quiera Dios! Enceguecidos por el odio, siempre perderemos el rumbo; pero cuando amamos a nuestros hermanos, sabemos que hemos pasado de muerte a vida (1 Jn. 2:11;3:14).
Stephen Campbell