A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido
Cuando la serpiente tentó a Eva, incitándola a comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, ella vio que “el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría”. Sin embargo, cuando ella transgredió el mandato de Dios, comiendo del árbol, “dio también a su marido, el cual comió” (Gn. 3:6); esto generó que el hombre (él y ella) cayera en el pecado y se convirtiera en presa de los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Jn. 2:16). Hasta entonces, su inocencia había sido guardada por su obediencia a Dios; pero ahora era esclavo de un amo malévolo, al cual no podía resistir.
Qué placentero es dirigir nuestra vista al Segundo Hombre, el cual enfrentó el mismo tipo de tentación, de hecho, enfrentó “toda tentación” (Lc. 4:13). Mientras que el primer hombre se escondió de la presencia de Dios en medio de los árboles del huerto, en el caso de nuestro Señor fue el diablo el que se apartó de Él. Cuando Satanás la cuestionó, Eva respondió: «Dios ha dicho», pero solo la primera vez. En cambio, durante todo su encuentro con el maligno, nuestro Señor dijo: “Escrito está … Escrito está … Dicho está” (Lc. 4:4, 8, 12). Jesús llenó su perfecta humanidad poniendo a Dios delante de Él, obedeciéndolo.
El apóstol Juan le escribió lo siguiente a los jóvenes en la familia de Dios: “sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”. Pero se necesita más aún: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo”. El diablo pone delante de los creyentes diversas atracciones de este mundo, buscando apartarlos del camino de la obediencia. Mantengamos siempre a Dios (Padre e Hijo) delante de nosotros; “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:14-15, 17).
Simon Attwood