Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás.
(Génesis 2:17 LBLA)
En medio de la escena de Edén, hermoso cúlmine de la creación, Jehová Dios puso un testimonio, y este testimonio también fue una prueba para la criatura. Este habla de muerte en medio de la vida. “El día que de él comas, ciertamente morirás”. La vida de Adán pendía de esta obediencia absoluta. El lazo que lo ligaba a Jehová Dios era la obediencia, basada en una confianza implícita en Aquel que lo había colocado en su elevada posición de dignidad. Confianza, digo, en su verdad y en su amor.
Quiero sugerir, al pasar, el contraste entre el testimonio establecido en Edén y el que está establecido en la actualidad. En aquel entonces, cuando todo en derredor rebosaba de vida, Dios habló de muerte; ahora, por el contrario, en medio de la muerte y la ruina, Dios habla de vida. Entonces la amonestación fue: “el día que de él comas, ciertamente morirás”; ahora la palabra es: “El que cree … vivirá” (Jn. 11:25). Y así como en Edén el enemigo procuró invalidar el testimonio de Dios en cuanto al resultado de comer el fruto, así procura ahora anular el testimonio de Dios en cuanto al resultado de creer en el evangelio. Dios había dicho: “ciertamente morirás”, pero la serpiente dijo: “No moriréis”. Hoy la Palabra anuncia claramente que el que cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn. 3:16), y la misma serpiente busca persuadir a las personas de que es absurdo pensar que uno pueda tener vida eterna ahora, al menos hasta que hayan experimentado, en primer lugar, todo género de cosas.
Si hasta ahora no has creído en el relato divino, te suplico que permitas que la voz del Señor prevalezca por sobre el silbido de la serpiente. “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
C. H. Mackintosh