Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación.
En relación con la Palabra de Dios, se nos exhorta a tener siempre el espíritu de un niño recién nacido, el cual ansía y disfruta la leche que le da el crecimiento. La Palabra, que es la simiente de vida, también es el medio que Dios da para sustentar aquella vida. Todo verdadero interés en la Palabra es fruto de haber gustado la benignidad del Señor (v. 3). Entre más estrecha sea nuestra comunión con el Señor, más desearemos sentarnos a sus pies para escuchar su Palabra. Buscar a Cristo en todas las Escrituras mantendrá un vivo interés en la Palabra de Dios, y hará que muchos pasajes difíciles se vuelvan claros y simples. Alguien dijo: «La Biblia está destinada a ser el libro de un niño: ‘desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras’. Dios se revela a los niños, porque los sabios y los entendidos no quieren escucharlo».
María de Betania es un ejemplo asombroso de alguien que gustó la benignidad del Señor. Ella disfrutaba sentarse a sus pies y oír su Palabra. Si fuéramos más conscientes de la benignidad del Señor, entonces tendríamos siempre el interés de un niño recién nacido hacia la Palabra, disfrutando cada ocasión para alimentarnos de ella. El resultado será que creceremos “para salvación”. Seremos salvados cada vez más de todo lo que obstaculiza nuestro progreso espiritual, hasta que, finalmente, seamos salvados por completo en la venida del Señor, cuando nuestro cuerpo de humillación sea transformado en la semejanza de su cuerpo glorioso.
Que un bebe quiera comer es una señal de vitalidad. De la misma forma, la vitalidad espiritual se manifiesta en el deseo de alimentarnos del alimento espiritual de la Palabra, no simplemente un deseo de adquirir inteligencia en la verdad, sino el deseo por la Palabra que alimenta el alma, la cual ve a Cristo en cada página de las Escrituras, haciéndolo cada vez más precioso para el corazón.
Hamilton Smith