El Señor Está Cerca

Miércoles
22
Septiembre

Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos tam­bién por el Espíritu.

(Gálatas 5:24-25)

Considerarnos muertos a la carne

Aunque el creyente no esté “en la carne”, descubre tristemente que la carne aún habita en él. Por medio de experiencias humillantes, aprende a decir: “en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18). La mayor dificultad, para el crecimiento de todo creyente, no reside en lo mucho que ha hecho, sino en lo que él es. Se da cuenta dolorosamente que posee esta vieja naturaleza de orgullo, obstina­ción y codicia, aunque esta no se manifieste abiertamente. El mayor deseo del creyente es vivir para la gloria de Dios; su mayor tristeza es tener “la ropa contaminada por su carne” (Jud. 24). La carne es su mayor enemigo, un oponente constante. Es tan perversa y enga­ñosa que el tiempo y las circunstancias no pueden mejorarla. Y entre más nos ocupamos de la vieja naturaleza en nosotros, más débiles somos contra ella, porque es ella quien llenará nuestros pensamien­tos en lugar del Señor Jesús, quien es nuestra vida.

Estar ocupados con la carne, en sus diversas actividades y obras engañosas, es no reconocerla como crucificada y considerarnos muertos a ella. Reconocerla como una fuerza antagonista que debemos vencer, es considerarla viva. Pero considerarla muerta en la muerte de Cristo, y encontrar todos nuestros recursos en Cristo resucitado y glorificado—eso es reconocernos muertos al pecado y vivos para Dios. “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Ro. 6.11).

El camino de la fe se basa en mirar las cosas desde la perspectiva de Dios, poniéndose del lado de Aquel que considera a nuestro viejo hombre como puesto a un lado para siempre en muerte de Cristo en la cruz. Él siempre nos ve completos en su Hijo amado, en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.

H. H. Snell

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