El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová.
Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.
La Escritura también dice: “El que se casa…hace bien; y … el que no se casa hace mejor” (1 Co. 7:38 RVA-2015). De manera que cada uno debe aprender por sí mismo, en comunión con Dios, su camino más apropiado en este asunto. ¡Cuidado con buscar consejeros humanos! A menudo quienes están más prontos a aconsejar, ¡son los menos competentes!
Una cosa es decir: «Sigue el ejemplo de Pablo», y otra muy distinta es tratar de caminar en una senda a la cual Dios no nos ha llamado. Recuerde, el matrimonio es una institución establecida por Dios en el Edén y debe ser “honroso”. ¡Prohibir el matrimonio es una enseñanza de demonios! (1 Ti. 4:1-3). La Escritura nos da principios generales, pero cada persona debe ser guiada por Dios individualmente.
La pareja debe esperar en Dios, juntos, y buscar estar en feliz comunión sobre el asunto. Es de lo más importante para el hombre y la esposa el cultivar el hábito diario de esperar juntos en el Señor. Llevar todo delante de Dios, derramar sus corazones juntos, sin secretos, sin reserva, y esto tendrá un efecto maravilloso sobre todo el amplio rango de la vida doméstica. Vuestros corazones se unirán en santo amor, y la corriente de vuestra vida personal, conyugal, y doméstica, fluirá de forma feliz y pacífica.
Un paso fatal para un creyente sería casarse con una persona inconversa. Satanás puede engañarnos, haciéndonos creer que seremos capaces de conducir a aquella persona a la salvación, o haciéndonos ver, en él o ella, (falsas) evidencias de salvación ¡No debemos estar determinados a seguir nuestro propio camino!
C. H. Mackintosh