Los labios del justo apacientan a muchos.
La genialidad del verdadero cristianismo es que proclama su mensaje a través de personas que en otro tiempo fueron pecadores perdidos. Esto es cierto en relación con la divulgación del evangelio, pero también con respecto a la edificación de quienes son salvos. Dios se ha dignado en utilizar personas falibles, pero es importante reconocer que es el poder de su Palabra el que actúa a través de instrumentos que Él justificó.
Tomemos por ejemplo el evangelio, y veremos que aquellos que han sido alcanzados por la gracia de Dios se han convertido en sus evangelistas más fervorosos. El principio es este: “Creí, por lo cual hablé” (2 Co. 4:13), o como está escrito en otro lugar: “Díganlo los redimidos de Jehová” (Sal. 107:2). Los que hemos conocido a Cristo y hemos experimentado su gracia, debemos hablar de Él: “lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos” (Jn. 3:11).
Este principio escritural también es cierto en lo relativo a la edificación mutua entre los miembros del cuerpo de Cristo. Si hemos aprendido de Él, y hemos sido enseñados por Él, entonces desearemos dar retribución, y lo haremos dándole a nuestros hermanos “alimento a tiempo” (Mt. 24:45). No podemos dar o compartir con otros lo que no hemos conocido o disfrutado. El Espíritu Santo obra a través de instrumentos santos que han sido tocados por la gracia del Señor. Simón Pedro es un claro ejemplo de esto. Le había fallado a Cristo negándolo delante de los hombres, pero el Señor conversó con él después de la resurrección, y le dijo: “Apacienta mis corderos” y “pastorea mis ovejas”. El proverbio de hoy lo dice claramente: “Los labios del justo apacientan a muchos”. ¡Oh, qué influencia puede ejercer un creyente piadoso en todo el cuerpo de Cristo!
En nuestras asambleas locales tenemos la oportunidad de servirnos unos a otros como buenos administradores de la gracia de Dios. Si hablamos, debemos hacerlo como oráculos de Dios, para que Dios sea glorificado y los creyentes sean alimentados con aquello que nosotros mismos hemos recibido del Señor.
Brian Reynolds