El Señor Está Cerca

Jueves
9
Septiembre

He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estima­das; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo.

(Isaías 40:15)

Confiar en la omnipotencia de nuestro Dios

¿Has leído Isaías 40 últimamente? Es un capítulo muy bueno para leer cuando eres tentado a desanimarte o tener miedo por las con­diciones en el mundo. ¿Por qué? Porque asevera que el Dios sobe­rano tiene el control sobre la creación, sobre las naciones y sus gobernantes, y sobre todo lo que sucede en el mundo.

Hace algunos años me detuve a ver a un vendedor de almacén vender un kilo de azúcar en su pequeña tienda en una zona rural. Sacó la azúcar de un gran barril y la colocó cuidadosamente sobre su balanza. Quedé fascinado por la meticulosidad con la que pesó un kilo con exactitud—ni un gramo más, ni un gramo menos. Otra cosa que me sorprendió fue que no limpió el polvo que había en la balanza antes de poner el azúcar. El peso de aquel polvo era totalmente insignificante y el comprador no reclamó ni dijo: «¡pusiste algo de polvo en mi kilo de azúcar!»

Me gusta hacer memoria de esta experiencia cuando soy tentado a desanimarme por los eventos actuales. ¿Qué importa si no tengo el control sobre lo que sucede en las naciones? Dios sí tiene el con­trol, y sabe exactamente lo que hace. Lleva a cabo sus propósitos incluso en medio de los eventos mundiales y el liderazgo perverso de muchos gobernantes. En relación con mi anécdota, las naciones no son más importante que el polvo en la balanza de aquel almacén.

Sin embargo, Isaías va más allá. Si las naciones son vistas como polvo en una balanza, ¡no así el pueblo de Dios! Él los alimenta como su rebaño. Reúne a los corderos en sus brazos, y los lleva junto a su pecho, pastoreando suavemente a los más pequeños (Is. 40:11). También les da poder y fortaleza cuando están cansados.

¿Te preocupas del polvo en la balanza o tu confianza está en el Dios eterno que creó todas las cosas, invisibles e invisibles—y que también te creó a ti?

G. W. Steidl

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