Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.
¡Qué título de belleza y bendición, culminando así el deletreo divino de este quíntuple nombre! Es la corona, la brillante diadema, que decora dignamente este majestuoso monumento de gloria: “¡Príncipe de paz!” ¡Qué final tan adecuado para tal nombre! Nuevamente viene a nuestro corazón el capítulo 1 de Colosenses. Allí leemos que Él hizo la paz por la sangre de su cruz; Aquel en quien habita toda la plenitud de la Deidad, ¡hizo la paz! Y, un día, por medio de Él, todas las cosas serán reconciliadas con aquella plenitud que habita en Él. ¡Qué bendita es la porción de aquellos que en la actualidad ya han sido reconciliados, ¡antes de aquel día de reconciliación universal!
Jamás pudo ser dada una señal similar a esta, que va desde un Niño en un pesebre hasta las alturas infinitas del Dios fuerte.
“El principado sobre su hombro”. ¡Qué día tan alegre vendrá para este mundo! Él prosperará en el terreno que los políticos y gobernantes han fracasado tan tristemente. “Sobre su hombro” el gobierno estará seguro. Sin embargo, en Lucas 15 leemos que la oveja—el pecador perdido que Él busca y encuentra—es puesta de forma segura sobre ambos “hombros”. Un hombro bastará para el gobierno de la tierra, pero nada menos que ambos hombros para las ovejas que Él ama tanto. Él las llevará al hogar y su corazón amoroso se regocijará con un gozo profundo y divino. Bien podemos agradecer a Dios por tal Salvador, a quien conocemos y en quien confiamos antes que el reino de gloria venga sobre este mundo.
H. J. Vine