Somos la verdadera circuncisión, que adoramos en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no poniendo la confianza en la carne.
(Filipenses 3:3 LBLA)
El Señor Jesús le dijo a la mujer en el pozo de Sicar: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren … el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:24, 23). El Padre busca adoradores. Sabemos a quien busca el Hijo del hombre: “lo que se había perdido” (Lc. 19:10). El Señor Jesús busca a los pecadores perdidos para salvarlos; pero, entre los que ya son salvos, el Padre busca adoradores.
Muchas personas tienen ideas confusas acerca de lo que realmente es la adoración. Quizás vas a una reunión de oración, oras y testificas un rato, y luego sales diciendo: «Esta noche estuvimos adorando a Dios». Sin embargo, orar no es adorar; testificar no es adorar. Vas a escuchar una predicación y exposición de la Palabra, y luego sales y dices: «Fui a adorar a Dios». Pero una exposición de las Escrituras no es adoración; escuchar una predicación no es adorar. Obviamente, todos estos ejercicios deben producir adoración, porque cuando oramos y gozamos la maravillosa experiencia de estar cerca de Dios, eso debe guiar nuestros corazones en adoración. Sin embargo, adoración es cuando el alma adora a Dios mismo. No es ocuparse de sus dones, ni venir a Él para recibir algo, sino ocuparse directamente del Dador; el corazón se derrama en gratitud, no solo por lo que Él ha hecho por nosotros, sino también por lo que Él es en sí mismo.
No me gusta comenzar el día sin antes tomar un tiempo para sentarme quietamente a leer la Palabra de Dios. Busco que mi corazón se eleve hacia Dios, no pidiéndole cosas, sino diciéndole un poco de cuánto aprecio su maravilloso amor, su gracia sublime, y la bondad que manifestó hacia mí, un pecador perdido, y entonces lo adoro por lo que Él es en sí mismo.
H. A. Ironside