Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
Jesús no suspiró y lloró por sí mismo, sino por los demás. Él hubiera querido quitar todo dolor de sus corazones, y se habría regocijado grandemente en hacerlo, pero no quisieron; eran ciegos a las bendiciones recibidas, se complacían en sus pecados y lo rechazaron.
Él lloró por ellos. En medio de los hombres, y a causa de lo que ellos eran (amantes del pecado, engañados por el diablo, con odio a Dios), Él fue el Varón de dolores. Sin embargo, su enemistad no varió Su amor. ¡Con qué amor los amó! Él los sirvió con incansable misericordia hasta el último día. Sanó a sus enfermos; tocó sus labios con sus manos bondadosas y poderosas; dio vista a sus ciegos; y libertó a multitudes del poder tiránico de los demonios. Y que nadie suponga que estos fueron actos de poder ejecutados como cuando creó los mundos. No, Él sintió la miseria y esclavitud de ellos; con un corazón bondadoso, llevó sus cargas; fue afligido en medio de ellos porque eran ellos los que estaban afligidos; virtud salió de Él para sanarlos, y su espíritu se abrumó por el peso que descargó de ellos. Sintió todas estas cosas sobre su espíritu, porque su santo e inmaculado cuerpo no podía ser alterado o contaminado por la enfermedad—aunque sus enemigos dijeron: “Tiene alguna enfermedad fatal” (Sal. 41:8 NTV).
Cuando vieron su dolor, pensaban que Dios estaba contra Él: que era azotado y herido de Dios. ¿Por qué era tan pobre si tenía el favor de Dios? ¿Por qué suspiraba y lloraba? Si Dios se complacía en Él, ¿no debería ser popular entre los fariseos y principales sacerdotes? Así razonaban, juzgando las cosas a su manera, logrando apaciguar sus conciencias cuando lo rechazaban.
J. T. Mawson
Azotado, golpeado y afligido / Morir lo vemos en el madero /
Es el Cristo, por el mundo rechazado / Sí, alma mía, tu Salvador.
T. Kelly (Trad. Literal)