Hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo … Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.
A veces, los cristianos nos olvidamos que la armadura de Efesios 6 no solamente tiene en vista la batalla de un soldado individual, sino la de un ejército. La epístola está dirigida a los creyentes, no a un creyente individual. Es cierto que debemos ponernos la armadura individualmente y mantenernos firmes en la batalla. Pero estamos aliados con compañeros de milicia. Ya que cada uno tiene acceso directo al cuartel general, nuestra compañía no se parece a un ejército normal. El espíritu de camaradería y apoyo mutuo que vemos en una fuerza armada eficaz, debería verse mucho más abundantemente en el ejército del Señor.
Percibimos tal espíritu cuando leemos las hazañas de aquel pequeño grupo misionero que salió de Antioquía para enfrentarse a las fortalezas enemigas. Antes de salir, los hermanos que se quedaron les mostraron su apoyo, ayunando y orando con ellos (Hch. 13:3). El conflicto se intensificó cuando estos siervos se encontraron y vencieron a Elimas el hechicero—un “hijo del diablo” y “enemigo de toda justicia” (Hch. 13:8). Los problemas continuaron cuando Juan Marcos volvió atrás, y la persecución los acompañó ciudad tras ciudad.
El enemigo cambia frecuentemente sus tácticas. Por ejemplo, manipuló a una multitud para que los adoraran como dioses y, casi inmediatamente, para que apedrearan a Pablo como un criminal. Sin embargo, a pesar de todo esto, aquel pequeño grupo obtuvo poderosas victorias en el poder del Señor.
La batalla aún arrecia. ¿Nos damos cuenta de esto? ¿o tal vez tratamos de evitarla? ¿Avanzamos juntos en la fuerza de nuestro victorioso Señor? Valdrá la pena cuando lo veamos cara a cara.
G. W. Steidl