Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.
Aquí vemos los benditos resultados de la obra de Cristo en la cruz. Sus sufrimientos tienen un doble carácter: como Mártir paciente en mano de los hombres y como Víctima inmaculada bajo la mano de Dios. Estos sufrimientos abrieron el camino para la bendición del hombre. De forma que, en este salmo, vemos un río de gracia fluyendo de la cruz, el cual se ensancha a medida que fluye. La bendición de los versículos 22 al 24 está relacionada con la revelación del nombre de Dios—el nombre del Padre, revelando el corazón del Padre y todas las bendiciones dentro de él. Luego de resucitar, Cristo le anunció este nombre a los discípulos, a quienes se dirigió por primera vez como sus “hermanos”.
Poco después, cuando los discípulos estaban reunidos, el Señor se apareció en medio de ellos y lleno sus corazones de alegría, conduciendo la alabanza en medio de los suyos congregados allí. La bendición es para todos los piadosos en Israel. Es necesario que sepan que Dios ha aceptado el gran sacrificio de Cristo.
Finalmente, la bendición fluirá a las generaciones venideras durante el milenio. Su justicia será anunciada a un pueblo que nacerá. Esta justicia se manifiesta en el sacrificio expiatorio de Cristo, su posterior exaltación, y en las abundantes bendiciones provenientes de Él. La gran multitud de redimidos se deleitará en reconocer que “Él hizo esto”. Este inmenso río de bendiciones tiene su manantial en los sufrimientos expiatorios de Cristo. El pequeño torrente que corrió entre unos pocos discípulos, aquel día de la resurrección, fluirá a través de los siglos, a través del milenio, expandiéndose y abarcando los confines de la tierra.
La respuesta al clamor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” brotará de en medio de una vasta multitud de adoradores, los cuales serán introducidos en una bendición eterna. Ellos mirarán a la cruz y dirán: “Él hizo esto”.
Hamilton Smith
