Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
En estos versículos se nos presenta el trono de David, la gloria de su gobierno, su paz, su juicio y justicia, y, por sobre todo, con una belleza y majestad indescriptibles, vemos a Aquel que lleva el gobierno sobre su hombro. Con qué ternura se nos anima a acercarnos a Aquel que es glorioso y lleno de gracia, cuya gloria es inescrutable e inmutable.
Él es el “Niño” que nos es nacido y el “Hijo” que nos es dado. ¡Maravilloso Niño! ¡Maravilloso Hijo! ¡Podemos postrarnos y adorar delante de Él tal como lo hicieron los sabios de oriente! El nombre que le es dado es quíntuple: describe su gloria en relación con su gobierno de gracia sobre el trono de David (v. 7). Que nadie diga que esta es solo una verdad para el reino. Esta es una verdad que concierne a la gloria de Aquel que es el Esposo celestial de la Iglesia. Obviamente, es cierto que esto tiene que ver con la parte terrenal del reino, sin embargo, lo que se nos muestra aquí es la gloria inmensurable de la Persona que está por sobre todas las cosas (Ro. 9:5). Y aunque nuestra esperanza es especialmente celestial, sigue siendo cierto que la verdadera esposa se interesa profundamente por la gloria de su Esposo.
“ADMIRABLE” es la primera letra para deletrear este quíntuple nombre. Ninguna palabra puede ser más adecuada, pues entre más lo conocemos, más nos admiramos de Él. Los fariseos, que analizaban su predicación para ver cómo confundirlo, quedaban completamente confundidos cuando estaban frente al “Hijo de David”, el Mesías, el Cristo, que también era «Señor de David» (Mt. 22:41-46). ¡Verdaderamente su nombre es “Admirable”!
H. J. Vine
Nombre sin par que hace visible, / Aquí do infausto mal cundió,
En su esplendor inaccesible, / Al Dios que nunca el hombre vio.
H. L. Rossier