Llena me fui, pero vacía me ha hecho volver el Señor.
(Rut 1:21 LBLA)
Confía en el Señor, y haz el bien; habita en la tierra, y apaciéntate en su fidelidad.
(Salmos 37:3 LBLA Marg.)
“Llena me fui”, dijo Noemí. De esta forma reconoció que dejar Belén fue responsabilidad suya. No culpó a su esposo Elimelec. Quizás recordó cómo le insistió que había que hacer algo debido al hambre, o cómo había influenciado en su decisión señalándole los fértiles campos de Moab. Tal vez ella había sugerido mudarse a Moab.
No sabemos lo que realmente pasó, ni el papel de Elimelec en la decisión familiar, sin embargo, ella no lo culpó en tales circunstancias, sino que, con sinceridad, confesó su pecado. Con qué frecuencia buscamos culpar a otros o a las circunstancias por nuestros pecados, fracasos y bajo estado espiritual.
Noemí se fue llena y volvió sin nada, solo con un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Aunque no se diera cuenta, ahora era más rica de lo que pensaba. Leemos en el Salmo 34:18: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu”. Dios puede obrar en nosotros solamente cuando nos damos cuenta de nuestra condición y confesamos nuestros pecados.
“Llena me fui, pero vacía me ha hecho volver el Señor”. Eso es lo que dijo Noemí. ¿Qué si el Señor nos ha hecho volver vacíos? Solo así Él puede llenarnos con algo mejor. Recuerden al hijo pródigo: se fue en su propia suficiencia, orgullo, obstinación, y con sus posesiones materiales. Pero volvió vacío a su casa. Sin embargo, su padre le dio el mejor vestido y zapatos, y puso la mejor comida delante de él.
Nuestro Padre celestial anhela hacer lo mismo por nosotros cuando nos hemos alejado de sus caminos. “Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios. Me apresuré y no me retardé en guardar tus mandamientos” (Sal. 119:59-60).
P. E. Hall