La creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.
(Romanos 8:21 LBLA)
La libertad de la gracia de Dios es nuestra porción actual; la libertad de la gloria es la esperanza de todos los hijos de Dios. Él nos encontró en su gracia cuando estábamos alejados de Él, perdonó nuestros pecados, nos trajo a sí mismo, puso su Espíritu en nosotros, y nos dio el gozo en su Hijo. Todo esto es gracia, perfecta gracia, y todo hijo de Dios vive en la santa y feliz libertad de esta gracia, en la presencia de su Dios.
También tenemos expectativas: “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:2). Su gloria como Creador es proclamada por los cielos; y su gloria en la nueva creación será declarada en sus hijos (1 Ts. 1:10). Los suyos heredarán una gloria que supera ampliamente las glorias de esta creación. Cristo, el Hijo de Dios, el Hombre resucitado, es Cabeza de la nueva creación, y las glorias de ella serán dignas de su Persona. En ciertas ocasiones se han visto breves manifestaciones de la gloria celestial. Una de ellas sucedió en el monte de la transfiguración, y también camino a Damasco, cuando Saulo vio la gloria resplandeciendo en el rostro de Jesús. A todos los hijos de Dios les espera el “premio del supremo llamamiento”. Ellos serán hechos semejantes a Cristo, la gloria será revelada en ellos, resplandecerán con Él, manifestando la gloria de Dios.
Cuando estemos en la gloria, seremos transformados de tal manera que podremos estar en libertad. Podemos tener un lugar apartado para nosotros en un palacio, pero antes de poder disfrutarlo, primero se necesitarían dos cosas: que el palacio fuera accesible y que estuviéramos en una condición adecuada para entrar en él. Ahora bien, a los hijos de Dios no solo les espera la gloria de Dios, pues si bien el Señor dijo: “voy, pues, a preparar lugar para vosotros”, también se encargará que los suyos estén perfectamente aptos para aquel lugar glorioso al cual los introducirá.
H. F. Witherby