El Señor Está Cerca

Día del Señor
15
Agosto

Él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra.

(Lucas 22:41)

Un tiro de piedra (2)

En el Evangelio de Mateo, Jesús es visto como el Rey; y es su pri­vilegio, como Hijo de David, el actuar según sus propios derechos; así que allí lo vemos ir “un poco adelante” (Mt. 26:39), bajo su propia iniciativa. En el Evangelio de Lucas lo vemos como el Hombre obe­diente y dependiente, lleno y ungido por el Espíritu para ocuparse de los negocios de su Padre. Él estaba completamente sujeto a la guía del Espíritu, así que allí lo vemos apartarse “a distancia como de un tiro de piedra”. Él se aparta bajo la guía del Espíritu y la voluntad del Padre. Sus discípulos no podían acompañarlo en ese momento, pues aunque la distancia que los separaba era de tan solo un tiro de piedra, en realidad la distancia era inmensurable, y esa senda jamás había sido pisada por otro ser humano. Los discípulos jamás volverían a asociarse con Él como antes; ese era un capítulo que se había cerrado para siempre; los vínculos se habían roto, y Jesús lo sintió profundamente.

En medio de su gran conflicto en el Getsemaní, el Señor volvió en tres ocasiones a sus discípulos; porque, aunque eran incapaces de seguirlo en aquella senda o velar con Él en ella, su amor hacia ellos no podía cambiar. También debían atravesar un serio zarandeo (Lc. 22:31), y Él quería que, por su propio bien, velaran y oraran. Pero no hubo respuesta a su anhelo; los consoladores que Él buscaba le fallaron—“los halló durmiendo”. Entonces, cuando se despertaron de su insólito sueño, se aterrorizaron al ver su dolor.

Los amigos que Jesús amaba fueron alejados de Él, porque incluso la simple simpatía humana no podía ayudarlo en esos momentos. Ningún corazón humano podía entender su inmenso dolor; nadie lo conoció jamás, pues sobrepasa las medidas humanas. Fue el dolor del santo Hijo de Dios camino a cargar nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero—iba a ser hecho pecado por nosotros, y estaba por soportar el desamparo de Dios hasta que la obra estu­viese completa.

J. T. Mawson

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