El Señor Está Cerca

Lunes
16
Agosto

Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema … Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con voso­tros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. Levántate, santifica al pueblo.

(Josué 7:10-13)

Josué (7)

¡Dios es santo! ¡No olvidemos esto! Después de la gran victoria sobre Jericó, Israel envió 3.000 hombres a conquistar Hai, una pequeña ciudad cerca de ahí. Pero, para su estupor y consterna­ción, ¡fueron derrotados y 36 hombres murieron en la batalla! Josué y los ancianos se postraron delante del arca de Jehová hasta caer la tarde. Angustiado, Josué clamó al Señor desesperadamente.

Hay ocasiones en que la oración es inapropiada. Justamente eso es lo que vemos aquí. Jehová le dijo a Josué que se levantara: Israel había pecado y había tomado algo de los despojos de Jericó. El mandamiento de Dios había sido claro: quemen y destruyan com­pletamente la ciudad y todo lo que hay en ella, excepto aquello que era para el tesoro de Jehová: la plata, el oro, el bronce y el hierro. Este pecado debía ser juzgado para que Dios siguiera estando con su pueblo, otorgándoles la victoria sobre sus enemigos.

Lo que había sucedido era que un hombre llamado Acán había tomado un bello manto babilónico, algo de plata, y también oro, y lo había escondido todo debajo de su tienda. Se echaron suertes, tribu por tribu, familia por familia, y hombre por hombre, hasta que Acán quedó al descubierto. Luego de reconocer lo que había hecho, él fue apedreado junto con su familia y todo lo que tenía, y luego los quemaron.

Difícilmente Acán pudo haber escondido estas cosas bajo su tienda sin que su familia lo supiera. Además, Dios ve a su pueblo como uno solo. Él dijo: Israel ha pecado. Nosotros también somos miembros unos de los otros. Lo que hacemos no solamente nos afecta a nosotros, sino a todo el testimonio de Dios.

Eugene P. Vedder, Jr.

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