Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro.… Yendo un poco adelante.
(Mateo 26:36, 39)
Un momento muy importante había llegado en la vida del Señor Jesús. Hasta entonces, nunca se había separado de sus discípulos de esta manera, ni ellos se habían apartado de él. No querían dejarlo, porque sin Él nada podían hacer. Cuando otros le habían dado la espalda, ellos dijeron: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Jn. 6:68-69). Tan apegados estaban a Jesús, que Él les dijo: “Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas” (Lc. 22:28). Ellos lo amaban y eran sus amigos, y aunque no entendían mucho la angustia que llenaba su alma, sus corazones simpatizaban en amor hacia Él, y esto era algo muy preciado al corazón del bendito Salvador.
Pero ahora había llegado el tiempo de la partida, porque Él debía cumplir la voluntad de Dios. Ellos lo siguieron al Getsemaní; lo habían hecho muchas veces antes, porque Jesús iba allí a menudo con sus discípulos, y ellos habían velado con Él en el silencio de la noche, bajo aquellos olivos, mientras Él tenía comunión con su Padre. Pero ahora era diferente, y Él les dijo: “Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro”. ¿Quién puede dimensionar lo que “voy allí” significaba para Él?
Él estaba a punto de entrar en el gran combate y buscaba consoladores (Sal. 69:20), y como Pedro y los hijos de Zebedeo parecían entrar más plenamente en sus pensamientos que el resto de los discípulos, los llevó consigo. Ciertamente, estos tres podían darle lo que Él buscaba, velando a su lado en aquella terrible hora. ¡Por desgracia, no fue así! También debió apartarse de ellos; Él debía ir “un poco adelante”, y, solo—o, como leemos en Lucas, debía apartarse de ellos “a distancia como de un tiro de piedra” (Lc. 22:41).
J. T. Mawson
Nombre del Siervo voluntario, / Quien del mundo el fardo llevó;
Hombre que, humilde y solitario, / De piedad nuestro mal llenó.
H. L. Rossier