El Señor Está Cerca

Jueves
5
Agosto

Será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella … Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israe­litas hasta hoy, por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó.

(Josué 6:17, 25)

Josué (6)

Los hijos de Israel siguieron las instrucciones detalladas de Jehová por toda una semana. Luego, al mandato de Josué, el pueblo gritó y los sacerdotes tocaron las trompetas, y el muro de Jericó se derrumbó. Entonces pudieron entrar a la ciudad por donde quisie­ran y tomarla, matando a sus moradores y destruyendo todo lo que había en ella.

Habían pasado algunas semanas desde que Rahab hizo bajar a los dos espías por el muro utilizando un cordón de grana. Ahora Josué envió a los espías a su casa, diciéndoles que trajeran a Rahab y todo lo que fuera suyo. Evidentemente Dios salvó su casa de derrumbarse junto con todo el muro. Cuando los espías fueron a su casa, ellos encontraron a Rahab y a toda su familia. Todos se habían amontonado en esa casa y se habían quedado allí. No sabían cuando serían liberados, pero a pesar de lo incómodo, espe­raron, confiando en el juramento de los espías. Es probable que el resto de los ciudadanos se hayan burlado al ver la extraña procesión que rodeaba la ciudad diariamente. Mientras que la fe de Rahab y su familia fue recompensada.

Al principio, ellos fueron puestos fuera del campamento de Israel (v. 23). Pero luego leemos que Rahab “habitó entre los israelitas hasta hoy”. Su sórdido pasado quedó atrás. Ella se casó con un príncipe de la tribu de Judá: Salmón; y se convirtió en la madre de Booz, aquel hombre rico que luego se casó con Rut, la moabita. De hecho, el rey David fue uno de sus descendientes. Y lo que es más asombroso todavía: su nombre aparece en la genealogía de nuestro Señor Jesucristo en Mateo 1:5. ¡Qué maravilla de la gracia de Dios! Esta misma gracia es la que continúa obrando en el día de hoy.

Eugene P. Vedder, Jr.

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