El Señor Está Cerca

Martes
3
Agosto

Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echa­ban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante.

(Marcos 12:41-42)

Dar con el corazón

En la balanza del Señor, las dos blancas de esta viuda pobre pesa­ron muchísimo más que todas las otras ofrendas puestas juntas. Comparativamente, es fácil dar decenas, centenas y miles de lo que hemos acumulado, pero no es fácil negarnos lo único que posee­mos. Esta mujer dio para la casa de su Dios todo lo que tenía para vivir. Esta acción la puso, por así decirlo, en un parentesco moral con el mismo Señor.

¿Por qué el Espíritu Santo se tomó el cuidado de decir “dos blan­cas, o sea un cuadrante”? ¿Por qué no simplemente decir: «Ella echó un cuadrante»? Eso no habría revelado el verdadero punto en todo esto: la exquisita belleza y realidad de un corazón com­pletamente consagrado. Si hubiera tenido todo en una sola unidad, entonces sus opciones eran darlo todo o nada. Pero al tenerlo en dos unidades, ella tuvo la opción de quedarse con la mitad. Y, since­ramente, la mayoría de nosotros consideraríamos que dar al Señor la mitad de todo lo que uno posee ya es una consagración extraordi­naria. Sin embargo, el corazón de esta viuda pobre estaba comple­tamente consagrado a Dios. Sus propios intereses estaban fuera de la ecuación cuando ella dio todo lo que tenía para vivir en beneficio de aquello que, para su corazón, representaba la causa de su Dios.

Los que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas, ¡cuán poco discernían que el mismo Señor de gloria los estaba obser­vando! ¡Lejos de sus pensamientos estaba el ser examinados por Aquel cuyos ojos penetran hasta lo más profundo del corazón, dis­cerniendo sus intenciones! Es bueno recordar que Jesús estaba “sentado frente al arca de la ofrenda”. Su vista no estaba puesta en la colecta, sino en el corazón. No pesa la cantidad, sino el motivo. Para nosotros debería ser una alegría inmensa el responder, recor­dando que Él ama al dador alegre, pues eso es justo lo que Él es.

C. H. Mackintosh

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