Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano … El respondió … como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo.
Israel cruzó el Jordán el décimo día del primer mes. Ellos acamparon en Gilgal, justo al este de Jericó. Allí se circuncidaron todos los varones que habían nacido durante el viaje por el desierto. La circuncisión, por doloroso que pueda ser, es una figura del despojamiento de la carne, algo muy necesario para nosotros como cristianos. Ahora bien, el oprobio de Egipto había sido quitado e Israel iba a celebrar su primera Pascua en Canaán. En ese momento comenzaron a comer el fruto de la tierra, una figura de Cristo glorificado, y Dios dejó de enviarles el maná que habían comido en el desierto.
Muchos años después, mirando hacia atrás, Dios dijo: “Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos” (Jer. 2:3). En Apocalipsis 2, tristemente, el Señor les recuerda a las siete iglesias que habían perdido su “primer amor”.
El Señor se presentó a este pueblo: circuncidado, celebrando su liberación de la esclavitud de Egipto y disfrutando del fruto de la tierra. Josué se acercó al Hombre con la espada, y le preguntó si estaba con ellos o con sus enemigos. ¡No puede haber neutralidad en las cosas del Señor! Cuando este Hombre se identificó como Príncipe del ejército de Jehová, Josué lo llamó “Señor” y lo adoró. Al pedir dirección, él se reconoció como su siervo, a lo cual se le dice que está en terreno santo. ¡Ese lugar también es para nosotros!
Eugene P. Vedder, Jr.