El Señor Está Cerca

Martes
27
Julio

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

(Romanos 5:1)

Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios … Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

(Filipenses 4:6-7)

La paz con Dios y la paz de Dios

“Paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” no signi­fica paz por medio de lo que Él está haciendo ahora, sino por medio de lo que hizo en la cruz. Él hizo la paz por medio de la sangre de su cruz (Col. 1:20). Toda la majestad del santo y justo trono de Dios quedó satisfecha cuando Cristo dijo: “Consumado es”. Y, ahora que ha resucitado de entre los muertos, “Él es nuestra paz” (Ef. 2:14). Todo está fundado sobre su obra hecha en la cruz, y no en su obra actual de intercesión; y esto nos hace conscientes de la paz que Él logró por su sangre.

Esta “paz para con Dios” no debe confundirse con la “paz de Dios” de Filipenses 4:7, la cual dice relación con un estado sub­jetivo; mientras que la paz con Dios es un hecho objetivo (es algo que está fuera de nosotros mismos). Primero que todo, ¿tengo paz con Dios? Sí, porque Cristo murió por mí. Segundo, ¿tengo la paz de Dios, la cual calma mi corazón en medio de las ansiedades y preocupaciones de la vida? De manera que estar en paz con Dios depende de lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz, no es un asunto de experiencia, sino de revelación.

Por el contrario, la paz de Dios guarda (palabra que significa «prote­ger con una guarnición militar») nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús, cuando rechazamos estar ansiosos por las circuns­tancias, dando a conocer nuestras peticiones (incluso en los afanes más insignificantes) “en toda oración y ruego, con acción de gracias” a Dios. Todo creyente está en paz con Dios gracias a la sangre que Cristo derramó. Pero no todo creyente tiene la paz de Dios dentro de él; pues no todos han juzgado el afán, la ansiedad y la preocupación como incredulidad en la bondad y cuidado de nuestro Dios y Padre.

W. R. Newell

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