Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon.
Esteban había aplicado, de manera muy incisiva, la historia de Israel a la conciencia de sus oyentes. Esto atrajo toda su violencia, amargura y rabia mortal. Ellos eran los guardianes profesos de la religión, los guías del pueblo, pero vemos en ellos los terribles efectos de una religión sin Cristo, mientras que en Esteban vemos la bella manifestación del verdadero cristianismo. Ellos estaban llenos de ira y resentimiento religioso, mientras que Estaban estaba lleno del Espíritu Santo (v. 55).
Esteban no solo se elevó por sobre la escena que lo rodeaba, sino que también fue capaz, por el poder del Espíritu Santo, de exhibir la mansedumbre y gracia de Cristo delante de sus verdugos. Mientras lo apedreaban, él oró: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (v. 59). Entonces clamó a gran voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”, y luego “durmió” (v. 60). Esteban estaba tan por encima de las circunstancias, tan por encima de sí mismo, ¡que fue capaz (siguiendo el ejemplo de su Señor) de orar por sus asesinos!
Recordemos que así es como luce el verdadero cristianismo. Es el feliz privilegio de un cristiano el ser lleno del Espíritu Santo, ser capaz de quitar los ojos de sí mismo y sus problemas, y ocuparse con el Hombre glorificado, Cristo Jesús. Vemos en Esteban a un hombre que no solamente hablaba de la gloria celestial, sino que, en realidad, la reflejaba. Él era un espejo viviente en el que los hombres podían ver el reflejo de esa gloria. ¿Y no debería ser así también con nosotros? ¡Absolutamente!
C. H. Mackintosh
Puestos en tu faz los ojos, pese a nuestra poquedad,
El reflejo mostraremos de tu santa humanidad.
H. L. Rossier