Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte.
Los dos espías que Josué envió a Jericó también son llamados mensajeros. Para Jericó y su rey, ellos eran espías que debían ser encontrados y asesinados. Para Rahab la ramera, y su familia, ellos resultaron ser mensajeros de salvación. Los creyentes hoy en día son un olor fragante de Cristo para Dios. Para los que rechazan el mensaje de salvación, somos olor de muerte para muerte, mientras que para los que se salvan, somos olor de vida para vida.
Rahab era una ramera cananea, muerta en sus delitos y pecados. Por naturaleza, ella no era mejor que cualquiera de sus coterráneos. Sin embargo, mostró un verdadero arrepentimiento al apartarse de la lealtad a su pueblo, reconociendo que Jehová era el Dios verdadero, recibiendo a sus mensajeros, escondiéndolos y salvando sus vidas. Por fe, ella abrazó la misericordia de Dios, buscando que Él la salvara de una muerte segura, y no solo para ella, sino también para toda su familia. Nadie le pidió que arreglara primero su vida para estuviese apta para ser una israelita. Cuando los israelitas entrasen en la tierra, ella debía colgar en su ventana el cordón de grana (que nos recuerda la sangre de Cristo) que utilizó para dejar ir a los espías. Su familia también debía estar en casa detrás del mismo cordón.
¿Estamos convencidos de que el juicio de Dios pronto caerá sobre este mundo culpable? ¿Nos preocupamos de nuestra salvación y la de nuestros seres queridos? ¿Estamos dispuestos a confesar públicamente al Señor Jesús en un mundo que aún lo rechaza y desprecia?
Eugene P. Vedder, Jr.