El Señor Está Cerca

Lunes
5
Julio

Llamó Faraón el nombre de José, Zafnat-panea; y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On.

(Génesis 41:45)

Lecciones de la vida de José (6)—Se le da una esposa

Como hemos visto, José es un bello tipo del Señor Jesús. Odiado y rechazado por sus hermanos, vendido por veinte piezas de plata, entregado a los gentiles, acusado falsamente y encarcelado, pero finalmente exaltado a la posición de primer ministro de Egipto—un tipo asombroso de “los sufrimientos de Cristo, y las glorias que ven­drían tras ellos” (1 P. 1:11).

Dios le había prometido a José que sus hermanos se postrarían delante de él (Gn. 37:5-9); en esto, el Espíritu de la profecía nos apunta a la bendición futura de Israel durante el Milenio y bajo el reinado del Mesías. Sin embargo, la esposa de José no estuvo en sus sueños proféticos. No estaba representada en las espigas ni en el sol, la luna y las once estrellas que se postraron ante José. Este sueño profético solamente tenía relación con los hermanos de José (y con Israel proféticamente). De la misma manera, en los tiempos del Antiguo Testamento, no aparece nada acerca de una Iglesia con­formada tanto de judíos como de gentiles, formada en un cuerpo y vinculada con un Cristo en la gloria. El apóstol Pablo declaró que este era un misterio que había estado “escondido desde los siglos en Dios” (Ef. 3:3-9). Ni Isaías, ni Jeremías, ni ninguno de los profetas insinuaron tal cosa en sus escritos.

También vemos que fue Faraón quien le dio una esposa a José. El Señor Jesús oró al Padre con respecto a lo que Él les había dado (Jn. 17:11). La esposa de José le fue dada después de ser puesto a la diestra de Faraón. La asamblea se formó después de la ascensión de Cristo a la diestra de Dios (Hch. 2:33; 1 Co. 12:13). La esposa de José también le fue dada antes de que llegaran los siete años de hambre sobre Egipto. La Iglesia será presentada a Cristo gloriosa, sin mancha ni arruga, antes de la gran tribulación que vendrá para “probar a los que moran sobre la tierra” (Ap. 3:10). ¡Qué maravillosa es la Palabra de Dios!

Brian Reynolds

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