Yo he pecado entregando sangre inocente… No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de Él.
(Mateo 27:4, 19)
Ningún delito hallo en este hombre … éste ningún mal hizo… Verdaderamente este hombre era justo.
(Lucas 23:4, 41, 47)
Estas palabras surgieron de labios de cinco personas que consideraríamos como los testigos más improbables. El primero fue Judas, el traidor. Él se presentó ante los principales sacerdotes y ancianos luego de ver que el Señor había sido condenado por el concilio, e hizo esta confesión. ¿Quién podría haber pensado que este hombre mentiroso daría tal testimonio de la inocencia del Señor Jesús?
El segundo testigo fue la esposa de Pilato, quien le envió a su esposo una solemne advertencia: no te involucres en el juicio de este Hombre justo. Ella dio este testimonio porque Dios le había enviado un sueño que le generó mucha preocupación. Nuevamente, un testigo de este tipo era algo completamente inesperado.
El tercer testigo fue Pilato, el juez romano, el cual no apreciaba a los judíos, pero que no pudo pronunciar otro juicio más que declarar inocente a este Prisionero tan inusual. De hecho, lo repitió en tres ocasiones.
El cuarto testigo fue uno de los malhechores crucificados junto a Jesús. Al principio, él se unió al otro malhechor en su indolencia, pero su corazón fue transformado mientras colgaba en su cruz. Confesando su propia culpabilidad, él testificó firmemente que Cristo no había hecho ningún mal. Una vez más, ¡cuán inesperado escuchar a un criminal justificar a un Hombre condenado junto a él!
El quinto testigo también es sorprendente. El centurión, el cual estaba a cargo de ejecutar la sentencia contra el Señor, luego de escuchar Sus palabras y verlo sufrir y morir, declaró con una convicción incuestionable que este Hombre era justo. Verdaderamente es Dios quien produjo estos testimonios.
L. M. Grant