Aquella misma noche se le fue el sueño al rey.
¿Qué fue lo que hizo que el sueño huyera de los ojos del poderoso rey Asuero? El dedo del Todopoderoso actuó en aquella noche de insomnio. El Señor Dios de los hebreos tenía una obra poderosa que cumplir en favor de su amado pueblo, y para que eso sucediera, el rey no debía dormir. Esto nos muestra el carácter del libro de Ester.
El nombre de Dios no es mencionado en esta porción inspirada de las Escrituras, sin embargo, podemos ver cómo su mano obra en todo. Las circunstancias más simples despliegan su maravilloso consejo y sus obras excelentes (Is. 28:29).
Los ojos del hombre natural no pueden trazar el movimiento de las ruedas del carro de Jehová, pero la fe no solamente puede seguir sus movimientos, sino que sabe cuál es la dirección en la que se mueve. El enemigo maquina sus propios planes, pero Dios siempre está por encima de él. Cada movimiento de Satanás fue solo un eslabón en una maravillosa cadena de eventos, los cuales el Dios de Israel utilizó para cumplir su propósito de gracia para con su pueblo. Así ha sido, así es, y así será siempre. La malicia de Satanás y el orgullo del hombre son instrumentos en las manos de Dios, por medio de los cuales Él cumple sus propósitos de gracia. Jehová está detrás de escenas. Cada rueda, cada avance y cada giro en la inmensa maquinaria de los eventos humanos está bajo Su control. Aun cuando su nombre no sea conocido ni reconocido por los hijos de la tierra, los hijos de la fe pueden ver sus obras, confiar en su Palabra, y esperar su conclusión.
En aquella noche de desvelo, el rey pidió que se le leyera el libro de memorias para pasar aquellas horas de cansancio. ¡Qué extraña petición de parte de un gobernante tan suntuoso! Sin embargo, había cierto relato en aquel libro, el cual hablaba de cierto judío, y que atrajo inmediatamente la atención del insomne rey. En el libro de Ester, vemos, de forma asombrosa, la providencia de Dios, el orgullo del hombre, y el poder de la fe. “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Is. 46:10).
C. H. Mackintosh