Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo.
Ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon.
¿Por qué Esteban fue capaz de realizar grandes prodigios y señales para liberar a otros, pero no pudo hacerlo para salvarse a sí mismo de su apedreamiento y muerte? ¿Por qué no actuó como Elías, quien hizo descender fuego del cielo sobre sus enemigos? ¿Por qué Dios permitió que fuese asesinado justo cuando era tan fiel a Dios en la tierra? ¿Por qué no llevarse al hogar a un cristiano «lleno de sí mismo» en lugar de uno que estaba “lleno del Espíritu Santo”?
La respuesta a estas preguntas está en los propósitos de Dios. Dios nunca se queda sin poder liberar a los suyos cuando elige hacerlo. Por ejemplo, vemos a Sadrac, Mesac y Abed-nego en el horno de fuego; a Daniel en el foso de los leones; y a Pedro en la prisión de Herodes. Tampoco es que hubiese algún problema con la fe y el compromiso de Esteban. Lucas lo describe como un “varón lleno de fe y del Espíritu Santo” cuando recién aparece en escena (Hch. 6:5). También se nos dice que, al momento de su lapidación, él estaba lleno del Espíritu Santo, orando por los violentos hombres que le quitaban su vida (Hch. 7:55, 60).
La simple realidad es esta: Dios no necesita nuestra aprobación ni nuestra comprensión cuando actúa en nuestras vidas. Lo que Él hace en favor de los suyos no es principalmente nuestro bien físico o supervivencia, sino el despliegue de su propia gloria. Es por eso que Pablo pudo sanar a multitudes durante sus viajes misioneros, mientras que no pudo liberarse de su aguijón en la carne. Cuando nos damos cuenta de esto, haremos eco de las palabras de David en 2 Samuel 22:31: “En cuanto a Dios, perfecto es su camino … Escudo es a todos los que en Él esperan”.
G. W. Steidl