En seguida habló con ellos … ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Y subió a ellos en la barca.
Marcos 6:46 nos dice que el Señor se había ido a un monte a orar. Dejemos que ese sea el primer hecho a considerar. Podemos estar seguros que también oró por sus discípulos aquella noche. Él intercedió por ellos. Aparentemente, los discípulos habían sido dejado solos para enfrentar las olas tempestuosas y vientos furiosos, pero no habían sido olvidados. Él estaba orando por ellos, pues Él los amaba. Y en la actualidad, ¿ha dejado de interesarse por sus discípulos que enfrentan pruebas y dificultades, aparentemente dejados solos para enfrentar las olas de la desgracia? No, Él sigue siendo el mismo, y en el monte de la gloria (a la diestra de Dios), Él ora por los suyos (ver Ro. 8:34). Debemos ser más conscientes de este amor vivo e incesante servicio de nuestro Señor por nosotros, pues es necesario para nuestra salvación diaria. Su servicio es incesante y efectivo; pues Él vive para interceder por nosotros.
Él ve el sufrimiento y las luchas de todos sus santos, y vive para interceder por ellos y acercarse a ellos en sus dificultades, haciéndolos más que vencedores en sus pruebas. “Viéndoles remar con gran fatiga … vino a ellos” (v. 48). La profunda necesidad de los suyos, y su amor por ellos, lo llevó a la barca. Cuando sus habilidades de navegación se disiparon y se les acabaron las fuerzas, Él estaba allí; cuando soltaron los remos y cesaron de luchar, Él estaba allí para entrar en sus circunstancias y darles Su propia paz, compartiéndola con ellos; y para dirigirlos a gran calma.
Así es con nosotros hoy en día. Su amor lo impulsa a entrar rápidamente en escena para aliviarnos, no siempre para cambiar las circunstancias (algunas de ellas no pueden cambiar), sino para cambiarnos a nosotros, para calmarnos con su propia presencia. Sí, aunque caminemos por valle de sombra de muerte, podemos confiar y no murmurar, pues Él está allí, justo donde está la más grande de las pruebas; Él es el Sumo Sacerdote, el Intercesor, quien dice: “Nunca te dejaré ni te desampararé”.
J. T. Mawson