Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
La epístola a los Hebreos hace que fijemos nuestros ojos en Jesús, tal como está ahora en el cielo, coronado de gloria y honra (He. 2:9). Ocasionalmente, el autor de esta carta apela a nuestra responsabilidad como creyentes en la tierra, para después volver a su tema principal: Jesús; dirigiendo nuestra atención y corazones a Él. Al presentarlo como el gran Precursor, presenta el estrecho vínculo existente entre los creyentes en la tierra y Cristo en la gloria celestial. Este vínculo implica que el Precursor ha abierto la puerta para que otros lo sigan al cielo, ahora y más adelante. Jesús representa un “orden” completamente nuevo y que no existió bajo el mandato de Moisés y Aarón, ni en general en medio del pueblo de Israel.
Melquisedec era un tipo del Hijo eterno, sin padre ni madre (Gn. 7:3). Él bendijo a Abraham, por lo que fue mayor que Abraham (“el menor es bendecido por el mayor”; He. 7:7), y para un judío era difícil de aceptar que hubiese alguien mayor que Abraham. Melquisedec también bendijo a Dios de parte de Abraham, trayendo a Dios la respuesta adecuada.
Esta epístola también nos confirma que Jesús, el rechazado, que ha sido despreciado por su pueblo, es Dios: Él es “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8), Aquel que es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Ro. 9:5). La palabra “orden” hace referencia a algo que Dios ha establecido, algo que el hombre en la tierra jamás podría hacer. “Para siempre” es una expresión que contrasta con el orden del Antiguo Testamento, donde los sumo sacerdotes eran reemplazados de generación en generación. Jesús, el Precursor, ¡también es el gran Melquisedec! El significado de este nombre implica que Jesús es el Rey de justicia, como también el Rey de paz. ¡Cuán grande es Él!
Alfred E. Bouter