El Señor Está Cerca

Viernes
18
Junio

Rociará siete veces sobre el que se purifica de la lepra, y le declarará limpio; y soltará la avecilla viva en el campo.

(Levítico 14:7)

El leproso purificado y la seguridad de la salvación

¡Cuán bueno ha sido Dios al darnos figuras tan claras en su Palabra! Ese es el caso de Levítico 14:1-9; allí vemos la condición moral del hombre y la gran liberación de Dios por medio de la muerte y resu­rrección de Jesús. Sin duda hay pocas figuras más asombrosas que la que vemos en las dos avecillas. Con toda certeza, esta figura es de mucho valor para quienes experimentan una profunda ansiedad para saber si sus pecados han sido quitados.

¡Qué imagen tan terrible del pecado es la lepra! ¡Una muerte llena de miseria y desolación! La purificación era así: el sacerdote debía ir a donde estaba el pobre y ansioso leproso fuera del campamento. El leproso contemplaba cada movimiento del sacerdote; mataba una avecilla; su sangre se derramaba dentro del vaso de barro. ¡Qué alusión a la muerte de Cristo! Luego el sacerdote tomaba la otra avecilla en su mano, y la mojaba en la sangre de la avecilla muerta. Luego rociaba la sangre siete veces sobre el pobre leproso. Pronto el sacerdote pronunciaría su sentencia. Este solo fijaba sus ojos en aquella avecilla viva, apresada en las manos del sacerdote—su propia libertad estaba ligada a la de aquella avecilla cautiva. Si la dejaba ir, entonces el leproso era libertado. El sacerdote lo decla­raba limpio, la avecilla era soltada en campo abierto, los ojos del leproso purificado contemplaban el vuelo de aquel pajarito empa­pado en sangre, un testimonio vivo de su purificación y libertad.

Si le preguntaban cómo sabía que estaba limpio, su respuesta hubiese sido: la avecilla está libre y ha volado: así es cómo lo sé. Porque esa es la forma que Dios utilizó para dar a conocer sus pen­samientos al pobre leproso. La avecilla no podía ser liberada hasta que fuera declarado limpio. Nada puede ser más claro, o más pre­cioso, que esta verdad. Una avecilla representa la muerte de nues­tro bendito Señor, mientras que la otra su resurrección (Ro. 4:25).

C. Stanley

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