Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen … También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un Pastor.
(Juan 10:14, 16)
El Buen Pastor entra en el redil por la puerta abierta, llama a las suyas por nombre, y las lleva fuera del redil. El redil abarcaba a todo Israel, quienes estaban cercados por barreras de cada lado, sometidos a leyes y ordenanzas que los separaban de todas las demás naciones. El Señor Jesús vino a liberar a su pueblo de esta esclavitud. En Israel, algunos respondieron a su llamado de gracia: sus ovejas que oyeron su voz. Los hizo salir a los verdes pastos de la libertad del Nuevo Testamento, donde pudieron alimentarse por sí mismos de la pura Palabra de Dios, sin depender de los jefes del pueblo.
Sin embargo, los creyentes de entre los judíos no fueron los únicos a quienes alcanzó esta preciosa libertad de la gracia de Dios en Cristo Jesús, la cual es el resultado del gran valor de Su sacrificio en el Calvario; Él tenía otras ovejas que no eran de este redil: los gentiles. Él también traería estas ovejas, y ellas también escucharían su voz, y se iba a producir un resultado asombroso: habría un rebaño (no un redil), y Él sería su único Pastor. Esto es algo que se ha cumplido maravillosamente.
El libro de los Hechos nos muestra, históricamente, cómo los creyentes de entre los gentiles fueron recibidos en la Iglesia de Dios, y cómo después se manifestó una preciosa unidad entre los creyentes judíos y gentiles. Por lo tanto, la Iglesia es “un rebaño”, no «muchos rebaños». Está compuesta por todos los creyentes, de entre todas las naciones, que viven actualmente. Esta compañía tan favorecida es cuidada perfectamente por el único Pastor, el único Líder completamente digno de confianza. Él es totalmente capaz de guiar a su rebaño por la sendas seguras y pacíficas, pues Él va delante para protegerlo de los enemigos que quieran atacar, y para encontrar los pastos más delicados en los que sus ovejas se puedan alimentar.
L. M. Grant