El Señor Está Cerca

Día del Señor
6
Junio

Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, con­siderad a Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe.

(Hebreos 3:1 LBLA)

Jesús en la Epístola a los Hebreos (2)

En el judaísmo, todos los israelitas pertenecían a una nación terre­nal y formada exclusivamente para esta tierra, y que había sido separada por Dios para sí mismo. Cuando el Mesías vino a esta nación para cumplir las profecías divinas, Él no fue reconocido por su propio pueblo, e incluso lo rechazaron. Entonces, el Mesías, que había sido cortado de la tierra, fue recibido por Dios en el cielo. Este es el tema central de la epístola a los Hebreos, la cual, de muchas maneras, muestra la grandeza de Cristo como Dios y como Hombre.

Todos los que lo aceptan, a pesar del rechazo de Israel, tienen el privilegio de verlo ahora a la diestra de Dios en los cielos. Este privilegio es producto del llamamiento celestial, por medio del cual hemos sido sacados de este mundo presente. Todos los verdade­ros creyentes pertenecen a un nuevo rebaño de ovejas de Dios, las cuales han sido reunidas de entre los judíos y gentiles, tal como el Señor lo explicó en Juan 10:14-16. Cristo ha reunido a los creyentes consigo mismo, el Resucitado en los cielos, y como tales, hemos sido apartados para Dios en este mundo como “hermanos santos”.

¿Quién es Jesús? Él es el Apóstol (o Enviado) de Dios, enviado desde el cielo con la autoridad para representar a Dios. También es el Sumo Sacerdote que nos representa (a quienes aún estamos en la tierra) ante Dios en los cielos, pues Él está allí, coronado de gloria y honra. Aquí en la tierra, los cristianos confesamos que Él ejerce ambos oficios: lo vemos como el representante de Dios, o lo consi­deramos como nuestro Sumo Sacerdote en la presencia de Dios. También se trata de identificarnos públicamente con Él: aun cuando Él ha sido rechazado en esta tierra, nosotros lo confesamos como Apóstol y Sumo Sacerdote. Esto significa que no ocultamos el hecho de que pertenecemos a Él y no tratamos de comprometer su gran­deza. No, lo confesamos, aquí abajo, mientras ponemos nuestros ojos en Él, allá en el cielo.

Alfred E. Bouter

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