Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.
Además de enviar al Espíritu Santo para continuar el ministerio que Él había comenzado, el Señor Jesús les pasó el testimonio a sus discípulos. El testimonio ha sido pasado muchas veces desde entonces. La Iglesia ha sido establecida en la tierra gracias al trabajo de los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento. El Espíritu Santo nos dejó sus escritos para guiarnos.
El Señor les había dicho a sus discípulos que le fueran sus testigos desde Jerusalén, donde había sido crucificado, hasta lo último de la tierra. Esto no iba a ser fácil. Generación tras generación, los cristianos, empoderados por el Espíritu Santo, han predicado el evangelio y han enseñado la verdad de Dios al mundo entero. Esto les ha costado mucho sufrimiento, e incluso les ha costado la vida a muchos de ellos.
Uno de sus seguidores, el apóstol Pablo, recibió el testimonio en sus manos de parte del mismo Señor. Durante gran parte de su ministerio, Pablo lideró un grupo de colaboradores, entrenándolos y alentándolos en el servicio del Señor. Al final de sus días, cuando estaba por ser ejecutado a manos de Nerón, el emperador romano, le escribió lo siguiente a Timoteo, su amado hijo en la fe: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). Pablo exhortó a Timoteo a que avivara el don de Dios que estaba en él, y le pidió que le pasara el relevo a otros, diciendo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:1-2).
¿Qué estamos haciendo con el testimonio que hemos recibido?
Eugene P. Vedder, Jr.
