El Señor Está Cerca

Sábado
8
Mayo

Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín ... Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que lleva­ban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda.

(Lucas 7:11-12)

El hijo de la viuda de Naín

En los evangelios, encontramos tres relatos en los que el Señor resucitó a alguien, uno de ellos es el caso del hijo de la viuda de Naín. Nunca antes había acontecido algo igual ante los ojos de las multitudes. Esta era la gracia y el poder de Dios obrando pública­mente en este humilde Hombre, Jesús de Nazaret.

El escenario de esta historia fue la ciudad de Naín. Un difunto era sacado de la ciudad en un féretro, y este hombre era el único hijo de una viuda. Junto a él había una gran multitud, sin embargo, todos demostraban ser inútiles e indefensos ante la muerte. Antes de este hecho, muchos otros muertos habían sido sacados por esta puerta camino a su sepultura, pero en esta ocasión todo fue diferente, pues Jesús iba a aquella ciudad. Al llegar, Él vio a la gran multitud saliendo de Naín, pero sus ojos se fijaron, en medio de toda la conmoción, en la viuda, la cual lloraba por la muerte de su único hijo. El corazón compasivo del Señor se vio tocado, y le dijo a la viuda: “No llores”. Entonces, Él tocó el féretro, “y los que lo llevaban se detuvieron”.

No fue casualidad que un difunto fuese llevado justo en ese momento fuera de la ciudad. No, este era el propósito de Dios, su tiempo señalado. Jesús sabe todas las cosas, pues Él vino a sanar a los quebrantados de corazón. Él vino en gracia, no para imponer la ley, pues la ley no tiene nada que decir de un hombre muerto, pues “la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive”. (Ro. 7:1), y este hombre estaba muerto. Pero Jesús, actuando en gracia, más allá de la ley, le dijo a este joven: “Levántate”, y el que había estado muerto se sentó y comenzó a hablar. Jesús, entonces, se lo pre­sentó a su madre. La acción del Señor fue perfectamente humana, ¡y también indudablemente divina! ¡Qué consuelo saber que Él es el mismo hoy, ayer y por los siglos!

Jacob Redekop

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