El Señor Está Cerca

Miércoles
5
Mayo

Mirad cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habi­ten juntos en unidad. Es como el óleo precioso sobre la cabeza … sobre la barba, la barba de Aarón … como el rocío de Hermón.

(Salmo 133:1-3 LBLA Marg.)

El rocío de Hermón (1)

Aquí tenemos dos ilustraciones preciosas de la unidad entre los her­manos. Es como el óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la cabeza del sumo sacerdote hasta el borde de sus vestiduras; y es como el rocío que, con su poder refrescante, desciende desde la cima nevada del Hermón, el pico más elevado de toda Palestina. ¡Qué delicia! Sin embargo, solo se trata de figuras utilizadas por el Espíritu Santo para ilustrar la belleza y dulzura que emana de los hermanos habitando juntos en unidad. Pero, ¿cómo se fomenta la unidad? Viviendo lo suficientemente cerca de nuestro gran Sumo Sacerdote, para que así el óleo que desciende de Él perfume nues­tras almas; vivir lo más cerca posible del Hombre en la gloria para que el rocío refrescante de su gracia caiga sobre nuestras almas.

Una cosa es hablar acerca de la unidad, y otra cosa completa­mente distinta es habitar en ella. Podemos declarar que sostenemos «la unidad del cuerpo» y «la unidad del Espíritu» y, al mismo tiempo, estar realmente lleno de controversias totalmente egoístas, espíritu de partido y sentimientos sectarios. Todas estas cosas son comple­tamente destructoras de la unidad práctica. Para habitar juntos en unidad, los hermanos tienen que recibir la unción de la Cabeza, las refrescantes lluvias del verdadero Hermón. Deben vivir en la misma presencia de Cristo, para que así todos sus puntos de vista y opinio­nes particulares cedan, todo su egoísmo sea juzgado y subyugado, y sus propias y peculiares ideas sean descartadas. Entonces apren­deremos a amarnos y contenernos. Ya no será más cuestión de que­rer solamente a los que piensan como nosotros o sienten lo mismo que nosotros en cuanto a una u otra de nuestras teorías. Entonces podremos amar y abrazar a “todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en sinceridad” (Ef. 6:24 RV1909).

C. H. Mackintosh

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