Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
Cristo es el centro de la profecía y su glorificación es el objetivo principal del plan eterno de Dios. Efesios 3:11 nos habla del propósito eterno de Dios que realizó en Cristo desde antes que el mundo fuese. Efesios 1:10 nos revela que este propósito involucra el poner a Cristo como cabeza de todas las cosas. De manera que todas las profecías que encontramos desde Génesis a Apocalipsis calzan perfectamente en este único e inmenso plan.
Ninguna profecía debiese ser considerada solo por sí misma. Ese es el significado del versículo: “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 P. 1:20). Una correcta interpretación requiere que cada profecía sea vista como parte de un todo y a la luz de todo el alcance de la profecía. Tal interpretación producirá un efecto solemne y santificador sobre nuestras almas. Nos pondrá cara a cara con Dios y a su inmenso plan de glorificación de su Cristo, ante quien se debe doblar toda rodilla.
Ante esto, estudiemos la profecía con nuestros corazones aferrados a Cristo. Dios tiene el propósito de que Él reciba toda gloria y que todo lo que se exalte contra Él sea aplastado. Si Cristo no tiene lugar en nuestros corazones, entonces no podremos entender correctamente la profecía ni deleitarnos en su trascendencia. Solamente podremos tener un correcto entendimiento de la profecía si nuestras almas se deleitan en Él y renuncien por completo a todo orgullo y vanagloria. Si Cristo tiene el lugar que le corresponde en nuestros corazones, entonces tendremos un verdadero interés en el estudio de la profecía, y recibiremos gran bendición a través de él. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15).
E. C. Hadley