Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.
No está en poder del hombre el predecir los eventos futuros. Sin embargo, Dios tiene un inmenso plan que se ha ido desplegando a medida que pasan las edades, y este plan es el tema de la profecía. Las Escrituras proféticas son dadas e inspiradas por Dios. Él ha revelado sus secretos, y nos ha dejado entrar en ellos. Sin duda que, si estamos atentos a la Palabra profética, recibiremos abundante alimento para nuestras almas.
La profecía no nos ha sido dada para satisfacer nuestra curiosidad, sino para alumbrar nuestros corazones y para que no andemos a tientas en la oscuridad. Por la luz de la profecía podemos conocer el verdadero rumbo de las cosas, el fin hacia lo que todo apunta, y los verdaderos principios morales que obran por debajo de lo superficial.
La profecía expone el claro y blasfemo plan del príncipe de las tinieblas, quien se mueve detrás de escena y fuerza su dominio en un mundo que ha rechazado a Cristo; revela su verdadera identidad como el dragón, la serpiente antigua, el engañador, un homicida desde el principio, padre de mentira; deja al descubierto su incesante trabajo, como el de su ejército de demonios, que busca llevar al mundo a una total enemistad contra Dios y acarrear adoración hacia sí mismo.
Es de gran bendición el poder tener la luz de Dios alumbrando con sus penetrantes y reveladores destellos en esta escena de pecado, confusión y desorden, para que así nosotros podamos ver claramente. ¡Qué precioso que podamos ser llevados dentro de la misma mente de Aquel que conoce todo, que es sobre todos, y que está llevando a cabo un plan asombroso para la gloria de su Hijo!
E. C. Hadley