Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré.
Si realmente aman a sus hijos, entonces desearán que estén donde ustedes están. Así fue con Cristo. Sufrió solo, pero, una vez consumada la obra, ¿podía alabar solo? No: “en medio de la congregación te alabaré”. Él fue quien sufrió, sin embargo, quiere compartir su gozo con aquellos que amó. Además, Él mismo es quien conduce sus alabanzas. Salió victorioso luego de padecer agonías insondables, ¿cómo habría de guardar silencio? ¿Acaso el tono de su adoración no está íntimamente relacionado con la profundidad de las tinieblas que lo rodearon? ¿Acaso la plenitud de su gozo no es la respuesta al desamparo de Dios que sufrió a causa de nuestros pecados?
Él fue sumergido en aguas profundas por nosotros (Sal. 69:1, 15), pero Él salió de allí y ahora alaba; ¿y cómo debemos alabar? Con Él, en la certeza de lo que consumó. Dios quiere que tengamos libertad delante de Él, con gozo, y en virtud de lo que Cristo ha hecho; quiere que juzguemos todo mal, porque el lugar donde estamos es santo, pero Él lugar donde Cristo está es el resultado de su obra, y Él quiere compartir esa posición con nosotros. ¿Puedo ir delante de la presencia de Dios en mi condición de pecador? Como Adán, tendría que huir de Él. Sin embargo, al creer en Cristo, estoy en la presencia de Dios, pues fue su Hijo quien me llevó allí.
¿Y qué hay de ti? ¿Has oído la voz de Cristo? Ya no se trata de aquel clamor extremo que quedó desatendido. La expiación ha sido hecha; Él resucitó de entre los muertos, el Salvador aceptado y glorificado. Luego de padecer, Él entró en el gozo de la resurrección. Él reúne alrededor suyo a aquellos que lo reciben, y en medio de ellos canta alabanzas a Dios. Si buscas hoy a Dios, entonces tienes el derecho, por la obra de Cristo, de unirte a sus cantos de alabanza, pues no es una promesa, sino un hecho consumado. ¿Crees en Cristo? Entonces estás delante del trono de Dios (obviamente que aún no corporalmente) por la virtud de la cruz; estás dentro del velo, y tus pecados han quedado para siempre detrás de ti.
J. N. Darby