En la hermosura de la gloria de tu magnificencia, y en tus hechos maravillosos meditaré. Del poder de tus hechos estupendos hablarán los hombres, y yo publicaré tu grandeza.
¡Qué temas de placer inefable son estos para todos los que han conocido la dulzura de la gracia de Dios manifestada en la persona del Señor Jesucristo! Aunque hablemos de ellos con corazones llenos, al hacerlo nos damos cuenta que lo que decimos no alcanza a cubrir todo lo que desearíamos decir. No podemos encontrar palabras suficientes para expresar lo que sentimos y sabemos de la gloria, esplendor y majestad de Aquel que es el Creador de todas las cosas—el Dios eterno que se manifestó en carne. ¡Misterio maravilloso de infinita sabiduría, verdad, poder y amor! Y aunque hablemos de Él con debilidad, el solo hecho de hacerlo es muy preciado para nuestros corazones, y Él se deleita en oír las voces de los suyos hablando bien de Él.
Si Él es tan digno de que hablemos de su majestad gloriosa, entonces las obras que Él consumó son, sin duda alguna, dignas de tan gran Persona y de ser proclamadas a todo el universo. La maravillosa obra de su creación, magnífica en grandeza y perfección en cada ínfimo detalle, sorprende a todo aquel que se detiene a contemplarla.
Pero su asombrosa obra de amor redentor, consumada por el sacrificio de sí mismo en la cruz, logra que el corazón se postre en profunda gratitud y alabanza. Pero luego viene la maravilla de su resurrección de entre los muertos y su ascensión al cielo, lo cual es tan asombroso que el corazón se eleva con un son de gozo y adoración triunfal. Sin duda que otras obras también son dignas de ser mencionadas; sin embargo, todas están basadas en la más grande de todas las obras: el sacrificio precioso y voluntario del Señor de gloria. Moisés y Elías hablaron de ello con el Señor Jesús en el monte de la transfiguración. Y la eternidad jamás agotará nuestro placer de hablar de tan inmensa obra.
L. M. Grant