Luego tomará el sacerdote madera de cedro, e hisopo, y escarlata, y lo echará en medio del fuego en que arde la vaca … Y un hombre limpio recogerá las cenizas de la vaca y las pondrá fuera del campamento en lugar limpio.
(Números 19:6, 9)
Una acción momentánea del pecado, sea cual sea su manifestación, secreta o pública, y ya eres un hombre inmundo; «separado» de la comunión con Dios y con los creyentes (cf. 1 Jn. 1:3), los cuales se mantienen en aquella comunión que has perdido. Obviamente, primero debes ser creyente para haber perdido esa comunión, y debes ser creyente para recuperarla; ambas cosas son ciertas. Si no eres creyente, entonces nunca la tuviste, ni tampoco puedes ser restaurado a algo que jamás poseíste, de manera que esto no interfiere ni tiene nada que ver con tu salvación.
Si hemos pecado, el Espíritu se contrista dentro nuestro, y necesitamos que un hombre limpio actúe. ¿Dónde encontrar a tal hombre? Nuestro verdadero “Hombre limpio” dio testimonio de sí mismo cuando dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (Jn. 13:8).
En este caso, vemos el manojo de hisopo en la mano de esta persona limpia, y no en las nuestras. En Éxodo 12:22 cada persona debía tomar en su mano un manojo de hisopo y mojarlo en la sangre que estaba en el lebrillo, para luego rociarla en el dintel y los dos postes de la puerta de su casa. Al hacerlo, cada uno se apropiaba de esto como su único refugio ante el ángel destructor. El pobre ladrón en la cruz lo hizo así, simbólicamente hablando, cuando en aquel momento de humillación se inclinó por fe y justificó a Dios, reconociendo que era justa la sentencia y el castigo que él sufría. Allí Dios lo encontró, ¡y Cristo llevó gozosamente a su casa a aquella oveja perdida! (cf. Lc. 15:5-6).
Pero en el caso de la vaca alazana es diferente. El hisopo está en las manos de otra persona. No es el pecador apropiándose, por fe, de Cristo para ser salvo; sino que es Cristo como el Abogado obrando para traer al alma de aquel que está inmundo de vuelta a su verdadero estado de humillación y juicio propio a causa de su pecado.
F. G. Patterson