Llamó entonces David a Salomón su hijo, y le mandó que edificase casa a Jehová Dios de Israel. Y dijo David a Salomón: Hijo mío, en mi corazón tuve el edificar templo al nombre de Jehová mi Dios. Mas vino a mí palabra de Jehová, diciendo: no edificarás casa a mi nombre … te nacerá un hijo … su nombre será Salomón … El edificará casa a mi nombre, y él me será a mí por hijo.
El salmo 132 muestra que desde su juventud, David se había propuesto el edificar un templo para el arca del Señor. Cuando David descansó de sus enemigos alrededor, él quiso llevar a cabo este proyecto, pero Dio le dijo que había derramado demasiada sangre y que, por lo tanto, no iba a lograr cumplir el deseo de su corazón. En cambio, Dios escogió a Salomón para esta tarea privilegiada, el cual aún no había nacido en ese momento.
David no guardó ningún tipo de rencor. Hizo lo que pudo para pasarle el testimonio a su hijo. Acumuló grandes cantidades de materiales preciosos destinados a la construcción del templo. A medida que Salomón crecía, David le enseñó, recalcándole la importancia de obtener sabiduría, algo que aparentemente no les enseñó a sus hijos mayores. Le inculcó a Salomón el tremendo servicio para el que Dios lo había escogido, y mandó a todos los príncipes de Israel que ayudaran a su hijo en ello. ¿Le inculcamos a nuestros hijos lo que es la voluntad de Dios para sus vidas, tal como nos la ha revelado en su Palabra? ¿Acaso no es nuestra responsabilidad hacerlo?
Cuando llegó el momento de su partida, David había ungido a Salomón por rey y lo sentó en su trono; lo animó, reconociendo su sabiduría y confesando algunos de sus propios errores (1 R. 1:43- 48; 2:1-9). Públicamente alentó a Salomón delante de los líderes del pueblo, recalcándole a él y a ellos lo que Dios le había revelado que hiciese (1 Cr. 28 y 29). De este modo, él hizo todo lo posible para facilitar la transición de sus responsabilidades reales a su hijo, quien aún era muy joven, y lo preparó para la obra a la que Dios lo había llamado.
Eugene P. Vedder, Jr.