Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda, teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová.
Abram había llegado desde oriente y continuaba moviéndose. La fe hace que nos movamos con Dios, pero una falta de fe hará que nos movamos en la dirección equivocada, algo que Abram experimentó más adelante. Hai (“montón de piedras”) estaba situada al oriente, apuntando a la región de donde Abram había venido. El oriente representa el mundo idolátrico, un mundo que es un montón de escombros o ruinas a los ojos de Dios. Sin embargo, a otro lado estaba Bet-el, “casa de Dios”. Desde que Dios lo llamó, Abram había aprendido a estar en la presencia de Dios y seguir sus instrucciones. También aprendió a ser un adorador, trayendo sacrificios de alabanza delante de Él. Su adoración estaba vinculada al altar, el cual había edificado para ese exacto propósito: acercarse y adorar a Dios con una fe verdadera. En todo esto, Abram es un ejemplo para todo creyente en la actualidad.
Abram se desplazaba como un extranjero y peregrino, viviendo en tiendas. De forma similar, los cristianos somos extranjeros, pues no somos de este mundo, sino que vamos camino a nuestra patria celestial. Abram vivía como peregrino en la Tierra Prometida, la cual, sin embargo, no poseyó, pues estaba a la espera del siglo venidero. De la misma manera, los cristianos sobre esta tierra no tienen una ciudad permanente, sino que buscan la por venir (He. 13:14). Espiritualmente hablando, vivimos en tiendas, tal como lo hizo Abram.
Por último, pero no menos importante, Dios desea recibir una respuesta de adoración, tal como la recibió de parte de Abram en relación al altar que él edificó. “Allí” él invocó el nombre del Señor en oración y adoración, confiando en Él y respondiendo a su llamamiento.
Alfred E. Bouter