El Señor Está Cerca

Martes
6
Abril

Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.

(Salmo 32:8)

Ser conducidos por el Señor

Podemos decir, con total seguridad, que este versículo presenta una gran realidad. Necesitamos un Conductor, y Dios se ha comprome­tido en cumplir ese oficio por nosotros. ¡Qué gracia tan preciosa! Cuando nos encontramos en escenas de confusión y perplejidad, Él se pone ante nosotros, y nos dice con infinita gracia: “te enseñaré el camino”. ¡Qué gracia! ¡Qué cercanía! ¡Qué intimidad!

Además, es necesario resaltar la forma en la que Él nos enseña el camino: “con mis ojos puestos en ti” (LBLA). Esta es, como sabe­mos, la descripción más tierna, delicada y afectuosa de parte de un conductor. Debemos tener mucha intimidad y cercanía con alguien para poder ser guiados por el movimiento de sus ojos. Debemos mirar fijamente el rostro de una persona para poder captar la direc­ción de su mirada; y debo estar íntimamente relacionado con sus deseos y pensamientos, para así poder interpretar su mirada y actuar en consecuencia.

¡Oh, que podamos entrar más plenamente en todo esto! ¡Que la guía de nuestro Padre y su mirada sea suficiente para nosotros! ¡Que simplemente podamos tomarnos de su mano y mirarlo a Él, para así poder ser guiados por el movimiento de su mirada! Enton­ces nuestro camino sería claro y seguro, simple y feliz. No debería­mos necesitar, como el impetuoso caballo y el obstinado mulo, el cabestro y el freno de las circunstancias; sino que, en plena comu­nión con sus pensamientos, deberíamos conocer su voluntad (v. 9).

¡Cuántas veces quedamos perplejos sin saber qué camino seguir! Le pedimos a Dios que nos guíe en lo que Él no quiere que haga­mos, y en los caminos que Él no quiere que pisemos. «No sé qué camino escoger», le dijo alguien a su amigo cristiano. ¿Cuál fue la respuesta? «No escojas ninguno». Si no ves claramente qué camino seguir, entonces es obvio que debes permanecer quieto. ¡Camine­mos, por el Espíritu, como quienes han sido justificados, permane­ciendo en la presencia del Señor y siguiendo a nuestro Conductor!

C. H. Mackintosh

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