Yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?
En aquellos días, cuando alguien creía que estaba muerto, y que Cristo había muerto por él, su sepultura se realizaba en el mismo instante. De hecho, el Señor Jesús les enseñó claramente a sus discípulos que sepultaran a todo aquel que creyese. Esta sepultura es el bautismo. En el día de Pentecostés, 3.000 personas creyeron e inmediatamente fueron sepultados en el bautismo (cf. Ro. 6:4).
Así fue con este etíope: cuando creyó, él dijo: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? ¡Qué sencillo! Había aprendido que era un pecador muerto, ¿qué podía impedir su entierro? Así que Felipe lo sepultó en agua como un pecador muerto, una figura de la muerte y sepultura de Cristo como nuestro adorable Sustituto. Luego el eunuco fue sacado del agua, y “siguió gozoso su camino”.
Es claro que las aguas del bautismo no otorgan ningún tipo de virtud o gracia especial para con el pecador muerto. Simplemente se trata de la figura o expresión de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo; y muestra de forma asombrosa cómo Dios ve a cada creyente como muerto, sepultado y resucitado con Cristo (Ro. 6:1-10).
No es de extrañar que Satanás ponga todos sus esfuerzos en pervertir el significado de esta asombrosa figura. Solamente consideremos la paz que otorga al alma cuando esta es comprendida. Supongamos que alguien lucha consigo mismo, lleno de ansiedad y perplejidad, engañado por el pensamiento de que ser cristiano significa tener una vieja naturaleza mejorada. ¡Qué liberación experimenta aquel que se somete con alegría a la sepultura del viejo hombre, al hecho de que este fue juzgado completamente y clavado juntamente con Cristo en la cruz: “muertos con Cristo;” “sepultados con Él;” “resucitados con Él”!
C. Stanley
Por mí, Señor, moriste Tú, por tanto en Ti morí;
Tú vivo estás y vivo yo, no hay muerte para mí;
Y por tu honor ¡oh Salvador!, hay gloria para mí.
A. R. Cousin